viernes, 25 de junio de 2010

Nick Hornby y el Arsenal


Leo Fiebre en las Gradas en plena fiebre del mundial. Acabo de enviar mi pronóstico de polla para octavos de final y espero llenar el álbum la próxima semana de una buena vez, siguiendo las tradiciones.

Cuando leí Alta Fidelidad allá por el 2004 por recomendación de Eduardo, no me llamó mucho la atención. Recuerdo que el estilo de Hornby me pareció muy simplón, y encontré muchos lugares comunes, mucha cultura popular comprimida y envasada. Voy a darle un par de vueltas a la idea de retomar nuevamente ese libro, pues lo que estoy leyendo ahora realmente me gusta. Me gusta en serio.

Quizás sea porque me siento identificado por esa pasión por un equipo de fútbol, aunque definitivamente Hornby me saca kilómetros de ventaja. Si bien he sido un feliz y sufrido hincha de la U, no tengo la misma cantidad de partidos asistidos al estadio, ni tampoco conservo su anecdotario enciclopédico con relación al Arsenal de Inglaterra.

Es muy interesante cómo puedes hacer literatura, tomando como médula a un equipo de fútbol, y como bien cuenta Hornby a lo largo del libro, el Arsenal era un equipo que no se caracterizaba precisamente por su buen fútbol. Era el típico club durón, defensivo, que siempre ganaba 1-0 y que andaba sumido en rachas negativas. Acá en el Perú he visto intentos muy burdos de volcar la pasión por un equipo en literatura. Ojalá lo sigamos intentando, aunque más importante sería que empezáramos a ganar algo. Por lo pronto, la U y el Alianza ya dieron una señal, ojalá que no sea casualidad.

Y dale U.

sábado, 5 de junio de 2010

No exagero



Algunas casualidades me sorprenden. Leyendo El Profesor del Deseo de Philip Roth entendí mucho sobre el lenguaje inteligente y sobre el humor en las novelas. Me percaté también de muchos paralelos entre David Kepsh (protagonista del libro) y Martín de Romaña, un personaje exquisito a quien nunca olvidé cuando en el año 1999 leí por primera vez ese libro en una edición pequeña prestada por mi amigo Aldo. Once años después, estoy releyendo el Cuaderno Azul, y pienso que quizás, allá por los años setenta, pudo caer en las manos del maestro Alfredo Bryce el Profesor del Deseo (1977), o tal vez Mi vida como Hombre (1974), ambas novelas básicas de Roth.


Ello es relativo, pues ambos escritores comparten orígenes particulares. Ambos nacieron y vivieron en un entorno cerrado. En el caso de Bryce, su familia era sumamente rica, tradicional (con un antepasado que fue Presidente incluso) y católica; prácticamente un ghetto si tenemos en cuenta el país en el que vivía. Roth nació en una familia judía de Newark, Nueva York, lo cual lo hace particular; con ese espíritu particular de comunidad que tienen los judíos en cualquier lugar del mundo. En ambos autores los embrollos sexuales son sumamente importantes en su obra, con menciones directas al psicoanálisis en sus líneas, en muchos casos utilizando con profundo equilibrio el humor. Roth exploró este tema de forma extensa en su novela El Lamento de Portnoy publicada en los sesentas. Y ambos siguen dándole a la pluma, y uno que sigue esperando encontrar más casualidades, y más novelas por supuesto, pues siguen publicando como si el mundo se fuera a acabar.


lunes, 14 de diciembre de 2009

Como en tus peores pesadillas



Siempre me perturbó la atmósfera lúgubre, los pisos fríos, los pasadizos interminables, el temor y la incertidumbre. Miro sus fotografías y me imagino a todos nuestros miedos y paranoias rondando su cabeza. Me enternece la escena sexual de K. con Frieda en El Castillo porque no existe tal escena. Lo sexual es sugerido, es obviado. Se reduce a un ridículo en el cual K. termina siendo cómplice de su creador. Dos asistentes entrometidos, presentes también en un cuento hermoso, no sabe quién es cuál, pero tampoco interesa. La repetición es sinónimo de su obra: repite personajes, repite escenas, repite sensaciones. El infinito y absurdo como protagonistas principales de su bibliografía completa. También la soledad y la lucha de lo individual contra un colectivo puesto en escena para contradecirte, para dañarte ahí donde más duele, recordándote tus inseguridades cuando lees un libro. Por eso siempre te estaré agradecido.

viernes, 21 de agosto de 2009

Stop


Una historia circular, la partida tiene el mismo final, la diferencia es la motivación. Un día Harry "Conejo" Angstrom sale de su departamento para comprar algo pero no regresa. Abandona a Janice, su esposa embarazada debido a problemas con ella. Al final también somos testigos de una escapada, esta vez inmotivada, o eso aparenta ser. Harry Angstrom no sabe por qué huye pero decide hacerlo. Lo hace en el momento menos oportuno: los funerales de su hija recién nacida, ahogada en manos de su esposa ebria. Se da cuenta de que a pesar de haber regresado con ella cuando daba a luz, no puede permanecer a su lado y decide buscar a Ruth, la chica gordita con la que convivió durante algún tiempo y que, coincidencia, también está embarazada. Luego de llegar donde Ruth, sale a comprar algo, pero…

John Updike logró la admiración general con esta novela. En sus diarios, John Cheever escribió algunas líneas alabando la escritura de Updike. Corre Conejo inició el camino de esa seguidilla de novelas sobre el Conejo Angstrom consideradas dentro de toda selección de libros indispensables en los Estados Unidos del siglo veinte. Ahora, fallecido Updike, Philip Roth tiene la posta en la literatura gringa. El Conejo dejó de correr.

miércoles, 15 de octubre de 2008

After Dark


Las noches son para soñar, los sueños son irreales, las noches son irreales. Las historias de After Dark tienen una carga onírica que me recordaban a los mejores momentos de David Lynch. Los personajes nuevamente son viajeros, pero viajeros internos en una ciudad que duerme o intenta dormir. Justamente Mari, una bella mujer que duerme sin cesar, es quien señala el camino a lo irreal, a lo fantástico, tal como ocurría con los capítulos de Kafka en la Orilla. El espíritu oriental y los guiños occidentales son las guías para navegar en este encuentro casual de personajes, que, de no haber sido creados por la pluma de Murakami, no tendrían esta fuerza y convicción natural para trasladarnos y colocarnos en situaciones extrañas. Por ejemplo, Mari, quien lee en una cafetería a horas pocos probables; Takahashi en encuentro casual con ella; Eri, bella hermana de Mari sumida en sueño perenne; una prostituta china golpeada; Kaoru, administradora de un Love Hotel; un oficinista nocturno. Los escenarios son poco elaborados, recorremos una cafetería, el hotel Alphaville, las propias calles de Tokio, la habitación de Mari y una oficina común. El lenguaje preciso de Murakami en las casi doscientas páginas de la edición en inglés, equilibra su gusto por la cultura pop con los personajes tenues y otros oscuros. No hay excesos, ni deudas. Y como en los sueños, todo fluye, sin desenlaces ni situaciones concluyentes.

martes, 30 de septiembre de 2008

Huida (El Guardián entre el Centeno)


Una huida nihilista por la ciudad de Nueva York, entre bares nocturnos, mujeres fáciles, prostitutas, taxis, despilfarros de dinero, conversaciones con profesores, amigos y hermana. Un adolescente va perfilando un insano comportamiento, va convenciendo sobre la necesidad de ayuda para detener su espíritu autodestructivo. Evidente influencia en la obra de Murakami; por el periplo continuo de Holden Caulfield, por la sensación de creación con el espíritu de jazz, de la improvisación, siguiendo un viaje interior no trazado. Salinger se deja leer con facilidad, impregnado de un lenguaje sencillo, directo y envolvente; sin existir una ambición mayor con juegos formales o técnicas. Siempre importante, es ubicarse temporalmente en la obra, e imagino que para el año 51 fue un remezón, no tanto por la temática (Miller ya había tratado con crudeza la sexualidad), sino porque el protagonista era un adolescente frustrado e inconforme, a lo Donnie Darko.

domingo, 17 de agosto de 2008

Carretera


Lo último que escuché fue un alarido. El sujeto había caído del auto a una velocidad tan alta que el ruido aparatoso fue, sin dudas su propio estentor. No creo que tuviera tiempo para pensar en algo más durante esos segundos. Felizmente logré arrebatárselo, pero el forcejeo me dejó cansado, asustado, incrédulo con mi propia reacción. Luego, observé la carretera disolviendo el panorama, como un escena final de cine. En realidad lo fue.