miércoles, 15 de octubre de 2008

After Dark


Las noches son para soñar, los sueños son irreales, las noches son irreales. Las historias de After Dark tienen una carga onírica que me recordaban a los mejores momentos de David Lynch. Los personajes nuevamente son viajeros, pero viajeros internos en una ciudad que duerme o intenta dormir. Justamente Mari, una bella mujer que duerme sin cesar, es quien señala el camino a lo irreal, a lo fantástico, tal como ocurría con los capítulos de Kafka en la Orilla. El espíritu oriental y los guiños occidentales son las guías para navegar en este encuentro casual de personajes, que, de no haber sido creados por la pluma de Murakami, no tendrían esta fuerza y convicción natural para trasladarnos y colocarnos en situaciones extrañas. Por ejemplo, Mari, quien lee en una cafetería a horas pocos probables; Takahashi en encuentro casual con ella; Eri, bella hermana de Mari sumida en sueño perenne; una prostituta china golpeada; Kaoru, administradora de un Love Hotel; un oficinista nocturno. Los escenarios son poco elaborados, recorremos una cafetería, el hotel Alphaville, las propias calles de Tokio, la habitación de Mari y una oficina común. El lenguaje preciso de Murakami en las casi doscientas páginas de la edición en inglés, equilibra su gusto por la cultura pop con los personajes tenues y otros oscuros. No hay excesos, ni deudas. Y como en los sueños, todo fluye, sin desenlaces ni situaciones concluyentes.

martes, 30 de septiembre de 2008

Huida (El Guardián entre el Centeno)


Una huida nihilista por la ciudad de Nueva York, entre bares nocturnos, mujeres fáciles, prostitutas, taxis, despilfarros de dinero, conversaciones con profesores, amigos y hermana. Un adolescente va perfilando un insano comportamiento, va convenciendo sobre la necesidad de ayuda para detener su espíritu autodestructivo. Evidente influencia en la obra de Murakami; por el periplo continuo de Holden Caulfield, por la sensación de creación con el espíritu de jazz, de la improvisación, siguiendo un viaje interior no trazado. Salinger se deja leer con facilidad, impregnado de un lenguaje sencillo, directo y envolvente; sin existir una ambición mayor con juegos formales o técnicas. Siempre importante, es ubicarse temporalmente en la obra, e imagino que para el año 51 fue un remezón, no tanto por la temática (Miller ya había tratado con crudeza la sexualidad), sino porque el protagonista era un adolescente frustrado e inconforme, a lo Donnie Darko.

domingo, 17 de agosto de 2008

Carretera


Lo último que escuché fue un alarido. El sujeto había caído del auto a una velocidad tan alta que el ruido aparatoso fue, sin dudas su propio estentor. No creo que tuviera tiempo para pensar en algo más durante esos segundos. Felizmente logré arrebatárselo, pero el forcejeo me dejó cansado, asustado, incrédulo con mi propia reacción. Luego, observé la carretera disolviendo el panorama, como un escena final de cine. En realidad lo fue.

viernes, 15 de agosto de 2008

Raskolnikov arrepentido


Me imagino un final más literario, y menos moral. Me imagino a un Raskolnikov arrastrado por la culpa sin concesiones. La devoción de Sonia por él y que asuma su castigo de ocho años en Siberia esperando el reencuentro castigan el final cargado de dosis religiosa.

miércoles, 23 de julio de 2008

El último Lennon (del baúl)


El título del presente artículo trata de reflejar una verdad evidente. El reciente disco de Sean Lennon tiene una carga pesada del sonido de su padre. ¿Es esto algo malo? En mi opinión no, porque si hay alguien con el legítimo derecho de crear musica al estilo John Lennon debe ser una persona con su misma sangre y sensibilidad. Debemos tener en cuenta además el pulcro trabajo de producción que este album representa. Sean tomó influencias evidentes en su vida: la voz melancólica de John, algunos coros, guitarras y arreglos de los fab four; y por último la pulcritud en el acabado que a todos nos enseñó el gran Brian Wilson.
Enfocándonos en las letras, el mismo Sean se ha encargado de explicarnos que la inspiración de este album la sacó de un desamor: encontró a su enamorada Bijou Phillips con su mejor amigo, el cual increiblemente falleció en un accidente. Como es lógico entonces, las letras son tristes, hablándonos de la dificultad de las relaciones y de la tragedia del rompimiento. Un ejemplo para ello es la canción de apertura: Dead Meat; mientras que Wait For Me parece increiblemente un calco -sin perder calidad- de I´m Only Sleeping del Revolver. Dejémonosnos de medias tintas, esta canción, así como este album, y muchos de los trabajos modernos no existirían sin la obra maestra del año 66. Las canciones siguientes Parachute, Friendly Fire, Spectacle, Tomorrow y On Again, Off Again son la conjunción de sonidos encajadas armoniosamente sin perder calidad por un segundo. Mientras que las guitarras de Headlights nos hace recordar a las guitarras de Harrison en My Sweet Lord.
No importa que un artista de la talla de Sean Lennon se demore 8 años en mostrarnos un compacto si éste tiene la calidad de Friendly Fire; y es que si bien ha transcurrido ese tiempo desde el lanzamiento de su prometedor Into The Sun, ha valido la pena la espera. Aquellos que aún sienten nostagia por la disolución de The Beatles el 10 de abril del 70 o por la muerte de John Lennon en el 80, Friendly Fire los ayudará a paliar su melancolía, pero a punta de melancolía pura. (05-2007)

miércoles, 18 de junio de 2008

Tres en Conversación en la Catedral


Uno de los pasajes mejor construidos en la literatura. Mario Vargas Llosa describiendo un acto sexual de a tres en Conversación en la Catedral. El detalle y el lenguaje que utiliza me impresionaron siempre. No sé cuánto tiempo le habrá tomado concluir este texto, porque siempre comenta que hace borradores tras borradores, y bueno, francamente se nota la meticulosidad. Personajes en escena: Cayo Mierda, Hortensia y Queta.



Conversación en la Catedral. Página 397 en la Edición Alfaguara 2004.

Llegó primero Hortensia, sin ruido: vio su silueta en el umbral, vacilando como una llama, y la vio tantear en la penumbra y encender la lamparilla de pie.

Surgió el cubrecama negro en el espejo que tenía al frente, la cola encrespada del dragón animó el espejo del tocador y oyó que Hortensia comenzaba a decir algo y se le enredaba la voz. Menos mal, menos mal.

Venía hacia él haciendo equilibrio y su cara extraviada en una expresión idiota se borró cuando entró a la sombra del rincón donde estaba él. La atajó con una voz que oyó difícil y ansiosa: ¿y la loca, se había ido ya la loca? En vez de seguir hacia él la silueta de Hortensia se desvió y avanzó zigzagueando hasta la cama, donde se desplomó con suavidad. Allí le daba a medias la luz, vio su mano que se alzaba para señalarle la puerta, y miró: Queta había llegado sigilosamente también. Su larga figura de formas llenas, su cabellera rojiza, su postura agresiva. Y oyó a Hortensia: no quería nada con ella; te llamaba a ti Quetita, a ella la basureaba y sólo pregunta por ti. Si fueran mudas, pensó, y empuñó decidido la tijera, un solo tajo silencioso, taj, y vio las dos lenguas cayendo al suelo. Las tenía a sus pies, dos animalitos chatos y rojos que agonizaban manchando la alfombra. En su oscuro refugio se rió y Queta que seguía en el umbral como esperando una orden, también se rió: ella no quería nada con cayito mierda, chola, ¿no quería irse, no se iba a largar? Que se fuera nomás, no lo necesitaban y él con infinita angustia pensó: no está borracha, ella no.

Hablaba como una mediocre actriz que además ha comenzado a perder la memoria y recita despacio, miedosa de olvidar el papel. Adelante, señora Heredia, murmuró, sintiendo una invencible decepción, una ira que le turbaba la voz. La vio moverse, avanzar simulando inseguridad, y oyó a Hortensia ¿lo oíste, tú conoces a esa mujer, Quetita? Queta se había sentado junto a Hortensia, ninguna miraba hacia su rincón y él suspiró. No lo necesitaban, chola, que se fuera donde esa mujer: por qué fingía, por qué hablaba, táj.

No movía la cara, sólo sus ojos giraban de la cama al espejo del closet al de la pared a la cama y sentía el cuerpo endurecido y todo los nervios alertas como si de los almohadones del silloncito pudieran brotar de pronto clavos. Ellas ya habían comenzado a desnudarse una a la otra y a la vez se acariciaban, pero sus movimientos eran demasiado vehementes para ser ciertos, sus abrazos demasiado rápidos o lentos o estrechos, y demasiada súbita la furia conque sus bocas se embestían y él las mato si, las mataba si. Pero no se reían: se habían tendido, entreverado, todavía a medio desnudar, al fin calladas, besándose, sus cuerpos frotándose con una demorada lentitud. Sintió que su furia disminuía, las manos mojadas de sudor, la presencia amarga de la saliva en la boca. Ahora estaban quietas, presas en el espejo del tocador, una mano sobre los imperdibles de un sostén, unos dedos estirándose bajo una enagua, una rodilla acuñada entre dos muslos. Esperaba, tenso, los codos aplastados contra los brazos del sillón. No se reían, sí se habían olvidado de él, no miraban hacia su rincón y tragó la saliva. Pareció que despertaban, que de pronto fueran más, y sus ojos iban rápidamente de un espejo a otro espejo y a la cama para no perder a ninguna de las figurillas diligentes, sueltas, hábiles que desabotonaban un tirante, enrollaban una media, deslizaban un calzón, y se ayudaban y jalaban y no hablaban. Las prendas iban cayendo a la alfombra y una ola de impaciencia y de calor llegó hasta su rincón. Ya estaban desnudas y vio a Queta, arrodillada, dejándose caer blandamente sobre Hortensia hasta cubrirla casi enteramente con su gran cuerpo moreno, pero saltando del techo al cubrecama al closet todavía alcanzaba a divisarla fragmentada bajo la sólida sombra tendida sobre ella: un pedazo de nalga blanca, un pecho blanco, un pie blanquísimo, unos talones, y sus cabellos negros entre los alborotados rojizos de Queta, que había empezado a mecerse. Las oía respirar, jadear, sentía el suavísimo crujido de los resortes, y vio las piernas de Hortensia desprenderse de las de Queta y elevarse y posarse sobre ellas, vio el brillo creciente de las pieles y ahora podía también oler. Sólo las cinturas y nalgas se movían, en un movimiento profundo y circular, en tanto que la parte superior de sus cuerpos permanecían soldados e inmóviles. Tenía las ventanillas de la nariz muy abiertas y aun así faltaba aire; cerró y abrió los ojos, aspiró por la boca con fuerza y le parecía que olía a sangre manando, a pus; a carne en descomposición, y oyó un ruido y miró. Queta estaba ahora de espaldas y Hortensia se veía pequeñita y blanca, ovillada, su cabeza inclinándose con los labios entreabiertos y húmedos entre las piernas oscuras viriles que se abrían. Vio desaparecer su boca, sus ojos cerrados que apenas sobresalían de la mata de vellos negros y sus manos desabotonaban su camisa, arrancaban la camiseta, bajaban su pantalón, y jalaban la correa con furia. Fue hacia la cama con la correa en alto, sin pensar, sin ver, los ojos fijos en la oscuridad del fondo, pero sólo llegó a golpear una vez: unas cabezas que se levantaban, unas manos que se prendían de la correa, jalaban y lo arrastraban. Oyó una lisura, oyó su propia risa. Trató de separar los dos cuerpos que se rebelaban contra él y se sentía empujado, aplastado, sudado, en un remolino ciego y sofocante, y oía los latidos de su corazón: Un instante después sintió el agujazo en las sienes y como un golpe en el vacío. Quedó un momento inmóvil, respirando hondo, y luego se apartó de ellas, ladeando el cuerpo, con un disgusto que sentía crecer cancerosamente. Permaneció tendido, los ojos cerrados, envuelto en una modorra confusa, sintiendo oscuramente que ellas volvían a mecerse y a jadear.

Por fin se levantó, mareado, y sin mirar atrás pasó al cuarto de baño: dormir más.

domingo, 15 de junio de 2008

El Manantial de Bergman




En el Manantial de la Doncella (1959), Ingmar Bergman plasma en blanco y negro sus dudas y cuestionamientos religiosos- morales. ¿El asesinato de una hija puede provocar un odio intenso que justifica un acto de venganza? El final traduce el fluir de la vida luego de la muerte; la continuación de la vida en el cuerpo de la hija bastarda, que también espera a un bastardo, todo ello simbolizado por el agua que ella bebe del manantial.
Los personajes son inocentes, fervorosos, orgullosos, salvajes, opulentos y crueles. Todas las miserias y bondades humanas acompañadas de una fotografía y tomas que las realizan, las ensalzan y logran una opresión constante en el espectador. La bondad inicial es aniquilada por la maldad. Hasta casi el final de la película, ésta última triunfa; sin embargo, logra su reivindicación por un acto repentino y sobrehumano. Sólo Bergman.

domingo, 18 de mayo de 2008

Los Desnudos y los Muertos


Los Desnudos y los Muertos (1948). Norman Mailer traslada los conflictos de nacionalidades y religiones que sufría Estados Unidos luego de las masivas migraciones que construyeron la Nación, al mundo de la Guerra. Las jerarquías y personalidades de los combatientes luchan constantemente buscando una identidad propia, tal como ocurría en su país. La juventud de los combatientes es la juventud de la Nación, sus conflictos internos son los conflictos yanquis. Uno busca entender si el enemigo eran los japoneses o el que dormía a su costado. Nos cuestionamos si alguno de sus personajes odiaba más a los judíos que a Hitler.
Existe lucha y combate en todas las páginas de la novela. Con Mailer olemos la sangre, Mailer nos enseña a odiar a Croft, con Mailer sentimos las balas rozando nuestros oídos, Mailer nos obliga a dormir sobre la tierra húmeda y a sentir el uniforme mojado pegado a nuestro cuerpo. Para ello, no cree en el ahorro de páginas, ni de recursos narrativos. Utiliza cápsulas de tiempo, en la que se conocen las vidas previas de los combatientes y nos relata sus diferentes orígenes e historias. Únicamente los une la nacionalidad. ¿Pero, de qué nacionalidad hablamos? ¿La de Israel, Irlanda, Polonia, Italia o México? Es un cuestionamiento constante. Por ratos, pareciera que la lucha interna es más sangrienta que la que deben librar contra los japoneses.
Todo ello ideado y publicado a los 25 años con 704 páginas, según mi edición. Sigo sin entenderlo.

Probando, probando

Una prueba. Sólo eso, una prueba...