
En el Manantial de la Doncella (1959), Ingmar Bergman plasma en blanco y negro sus dudas y cuestionamientos religiosos- morales. ¿El asesinato de una hija puede provocar un odio intenso que justifica un acto de venganza? El final traduce el fluir de la vida luego de la muerte; la continuación de la vida en el cuerpo de la hija bastarda, que también espera a un bastardo, todo ello simbolizado por el agua que ella bebe del manantial.
Los personajes son inocentes, fervorosos, orgullosos, salvajes, opulentos y crueles. Todas las miserias y bondades humanas acompañadas de una fotografía y tomas que las realizan, las ensalzan y logran una opresión constante en el espectador. La bondad inicial es aniquilada por la maldad. Hasta casi el final de la película, ésta última triunfa; sin embargo, logra su reivindicación por un acto repentino y sobrehumano. Sólo Bergman.
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