
Las noches son para soñar, los sueños son irreales, las noches son irreales. Las historias de After Dark tienen una carga onírica que me recordaban a los mejores momentos de David Lynch. Los personajes nuevamente son viajeros, pero viajeros internos en una ciudad que duerme o intenta dormir. Justamente Mari, una bella mujer que duerme sin cesar, es quien señala el camino a lo irreal, a lo fantástico, tal como ocurría con los capítulos de Kafka en la Orilla. El espíritu oriental y los guiños occidentales son las guías para navegar en este encuentro casual de personajes, que, de no haber sido creados por la pluma de Murakami, no tendrían esta fuerza y convicción natural para trasladarnos y colocarnos en situaciones extrañas. Por ejemplo, Mari, quien lee en una cafetería a horas pocos probables; Takahashi en encuentro casual con ella; Eri, bella hermana de Mari sumida en sueño perenne; una prostituta china golpeada; Kaoru, administradora de un Love Hotel; un oficinista nocturno. Los escenarios son poco elaborados, recorremos una cafetería, el hotel Alphaville, las propias calles de Tokio, la habitación de Mari y una oficina común. El lenguaje preciso de Murakami en las casi doscientas páginas de la edición en inglés, equilibra su gusto por la cultura pop con los personajes tenues y otros oscuros. No hay excesos, ni deudas. Y como en los sueños, todo fluye, sin desenlaces ni situaciones concluyentes.